APACHETA
Centro Cultural M 100, Santiago de Chile
Galería Concreta
Marzo 2022
Sala 1
Sala 2
Sala 3
APACHETA
Paula Zegers
Centro Cultural M 100
Marzo 2022
Un cuerpo de piedras para marcar un camino de piedra. Una multitud para guiar al solo. Ladrillos pintados de color negro pero queriendo hablar de la luz.
Diferentes referencias señalan que una apacheta es un conjunto de piedras, ordenado a manera de cúmulo cónico, que señala el andar para los viajeros. Realizadas desde el tiempo del llamado camino del Inca o Qhapac Ñan en quechua, existen diversas versiones, que sin embargo apuntan al objetivo común de ser una señal en la senda para los caminantes, que van dejando una marca a su paso. Estas solemnes pero sencillas construcciones parecen hablar de una espiritualidad colectiva que abunda en los pasos entre las montañas y tierras altas, y son características de los pueblos andinos. Al mismo tiempo, asoma en ellas un afán constructivo que también permite observar el anhelo de orden y las medidas, trabajadas con precisión en las culturas andinas, y en particular en la Aymara, a la que la artista busca hacer referencia y homenaje simbólico.
A partir de un ejercicio de abstracción que podría acercarla a una especie de modernismo orgánico, la artista Paula Zegers instala una capa de ladrillos teñidos de negro sobre toda la superficie de la galería Concreta –un título preciso en esta ocasión– buscando cubrir para precisamente destacar esa conexión con lo que pisamos, hacernos mirar y sentir el peso de la tierra que nos sostiene.
El suelo es literalmente el soporte, y la artista ha dibujado en él un camino que nos permite recorrer el conjunto expandido de ladrillos negros como una especie de reverencia a las apachetas que han estado al viento cientos de años, mirando el pasar de los caminantes.
La conexión con la naturaleza es fundamental, pero no literal en la obra de la artista. La profundidad de trabajar en la tierra silenciosamente es precisamente una metáfora de como enfrenta su quehacer.
Hay también algo de desolación en la materia negra dispuesta en el piso, algo tan básico como el ladrillo más simple, cubriendo casi toda la superficie. Podemos imaginar el peso de ellos sobre el cuerpo que es la tierra, y sentir así la carga del barro cocido en el suelo que nos reúne.
El negro, el no-color o la suma de ellos, que representa en distintas culturas la muerte y el nacimiento de la vida, el origen y el misterio del sin-fin, puebla de manera sosegada, casi sagradamente, la sala. En ella, el orden del ladrillo dirige nuestro transitar reservado, promoviendo la observación silenciosa. Hay cuidado en la selección del material crudo, imperfecto, y en la irregular belleza de esa imperfección planificada. Una austeridad que marca el trabajo de la artista y que siempre despliega en él una latente espiritualidad.
Y es que ”la imagen arde”, como dijo Didi-Huberman, y arde también por la memoria, es decir que todavía arde cuando ya no es más que ceniza”. [1]
En las dos salas contiguas convive el estudio del referente escultórico contemporáneo, dispuesto por la artista en un cerro del norte chico a partir de la captura en film 8 mm, junto a la observación de la referencia documental histórica. Éste último eje está organizado casi a modo de homenaje con el registro de apachetas reales del altiplano, capturadas en pequeñas fotografías análogas de Max Donoso, impresas en blanco y negro en la tercera sala.
El trabajo de Paula Zegers elabora, a la vez, la serialidad y la unidad, la completitud que se da bajo la premisa de que un todo es más que la suma de las partes. Una superficie negra, que a la vez se robustece con la singularidad de cada ladrillo. Cada imperfección, cada unidad, es también una suma que nos permite disfrutar de una expandida horizontalidad que abraza la oscuridad y el territorio. Un gesto que por su sencillez y localidad –quisiéramos poder decir– es más que land art un proyecto de tierra que reconocemos como nuestro.
Daniela Berger Prado